Salté
para que me cacharas. Salté porque confiaba en ti. En cuanto mis pies dejaron
de estar sobre la tierra empecé a repetir que eras él bueno, él de verdad, él
que me tomaría sin una pequeña duda. Me repetí que serías todo lo que pensé que
eras pero no me lo creía.
Nunca me lo creí.
Desde el momento que te
conocí. Desde que nos empezaste a describir como efímeros. Nunca creí que
serías lo que necesitaba, y cegada por tus besos, salté. No
comprendo de dónde sucedido la atracción fatalista, esta atracción casi inmediata,
pero sucedió y no puedo controlarla. No comprendo cuando fue que te empecé a
querer, o cuando fue que me obligué a salir de eso tan silenciosamente bueno.
No comprendo nada.
Por no comprenderte te obligué a inventar. A inventarme
cosas que sabías que se quedarían en promesa, en sueño guajiro. Te obligué a
que me quisieras. No puedes estar con nadie. Me lo repetías a diario. No puedes por miedo,
dolor o cualquier otra fuerza que te lo prohiba.
Por cobarde.
Asusta lo que
pensamos que es inalcanzable y asusta más cuando lo tenemos respirándolo en
nuestras narices. Siento mucho que hayas tenido que despertar a un lado de tu
peor pesadilla. Siento mucho que hayas tenido que tomarle de la mano al
caminar. La
vida es larga para volvernos a ver pero yo quiero verte ahora, sentado a un
lado mío fumándote un cigarro. Quiero verte para decirte que te quiero y para
preguntarte porque tú no me quieres a mi.
Ahora.
Te necesito ahora. Cuando los
fantasmas del pasado llegan a tocar mi puerta, cuando los pájaros están a punto
de irse por el largo invierno.
Ahora.
Será que todo el ahora que tú me
puedes dar se queda en mensajes de aviso.
Avisos de que estás bien sin mi.
Todo lo que tú me pudiste dar fueron esos días de
agotar nuestras plantas de los pies,
esos días de dejar los labios como piedra
pomes.
Podría
dedicarte estas letras pero no quiero.
Si
te las dedico te doy una parte de mi
y de
mi ya no te pertenece nada.