Leí una carta de despedida. La encontré en
mi buró. No estaba dirigida a mi, aunque parecía. Hacíamos lo mismo, nos
gustaba el té de las mañanas, leer antes de dormir, dormir antes de comer.
Hasta amábamos igual. La carta duraba hojas, las primeras decían como esta
mujer volvía loco al escritor. Describía cada pedazo de ella, su ojos, su
sonrisa imperfecta, sus caderas gorditas, su falta de altura y como cada uno de
estos pedazos lo volvían loco. Lo subían a las nubes y lo hacían creer que todo
era tan magnifico como ella.
Después de describir a la mujer, el
escritor pedía perdón por no estar ahí. Porque nunca estuvo ahí, porque nunca
lo quiso estar. Le contaba como toda esta locura que sentía por ella se había
quedado en eso, locura. Y que claro, en el momento que la locura desapareció,
desparecieron las ganas. Las ganas de todo, de verla, de sentirla, de vivirla.
Recordó una que otra anécdota, la mejor fue esta.
“Te
amaba. Como ese día en el que fuimos al parque y no podía dejar de mirarte,
pero me odiabas. Porque cada vez que te veía, te sonrojabas y te lloraban los ojos, se te hinchaba la
cara. Yo así te amaba.”
El que se despedía decía que lamentaba
mucho hacerlo, pero que tenía un miedo terrible. Le confesaba porque lo sentía
y porque nunca lo dijo. Seguía repitiendo “mi
sol, mi luna, mi vida” Solo a mí me decían así, fue cuando leí este párrafo
que me di cuenta de todo.
“Si
te soy sincero extrañar me da miedo. Un miedo terrible. Porque el sentimiento
que genera en mi estomago me asusta, porque me desploma y me tumba, me cuesta
trabajo levantarme, pero me levanto. ¿Pero que si un día no puedo levantarme
mas? ¿qué si un día extraño tanto que ya no pueda hacer ni sentir nada mas que
extrañar? “
Buen tratamiento emocional.
ResponderEliminar