sábado, 15 de agosto de 2015

Basta

Leí una carta de despedida. La encontré en mi buró. No estaba dirigida a mi, aunque parecía. Hacíamos lo mismo, nos gustaba el té de las mañanas, leer antes de dormir, dormir antes de comer. Hasta amábamos igual. La carta duraba hojas, las primeras decían como esta mujer volvía loco al escritor. Describía cada pedazo de ella, su ojos, su sonrisa imperfecta, sus caderas gorditas, su falta de altura y como cada uno de estos pedazos lo volvían loco. Lo subían a las nubes y lo hacían creer que todo era tan magnifico como ella.

Después de describir a la mujer, el escritor pedía perdón por no estar ahí. Porque nunca estuvo ahí, porque nunca lo quiso estar. Le contaba como toda esta locura que sentía por ella se había quedado en eso, locura. Y que claro, en el momento que la locura desapareció, desparecieron las ganas. Las ganas de todo, de verla, de sentirla, de vivirla. Recordó una que otra anécdota, la mejor fue esta.

“Te amaba. Como ese día en el que fuimos al parque y no podía dejar de mirarte, pero me odiabas. Porque cada vez que te veía, te sonrojabas  y te lloraban los ojos, se te hinchaba la cara. Yo así te amaba.

El que se despedía decía que lamentaba mucho hacerlo, pero que tenía un miedo terrible. Le confesaba porque lo sentía y porque nunca lo dijo. Seguía repitiendo “mi sol, mi luna, mi vida” Solo a mí me decían así, fue cuando leí este párrafo que me di cuenta de todo.

“Si te soy sincero extrañar me da miedo. Un miedo terrible. Porque el sentimiento que genera en mi estomago me asusta, porque me desploma y me tumba, me cuesta trabajo levantarme, pero me levanto. ¿Pero que si un día no puedo levantarme mas? ¿qué si un día extraño tanto que ya no pueda hacer ni sentir nada mas que extrañar? “

Lo había borrado completamente de mi memoria. No quería extrañar, era demasiado. Ahora tenía que levantarme pero el sabía que tenía miedo, un miedo terrible y que lo suprimí tanto que ni yo misma reconocía mi propia historia.

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