lunes, 26 de septiembre de 2016

Ámsterdam.

El tercer domingo de mayo me senté enfrente de mi escritorio con el propósito de escribirte. Después de tres días de imagínarte en todas partes supe que la única manera de sacarte de mi era escribiéndote. Me juré que no tenía a donde mandar la carta, así que no retendría nada, te escribirá lo necesariamente curdo y claro para olvidarte. Ese domingo me senté con el propósito de escribirte. No logré escribirte ni una sola palabra. En cambio miraba fijamente la pintura de los chicos abrazados en la playa sobre mi pared. Analicé cada cuerpo como si hubiera sido el tuyo, empecé a cambiarles las caras y a poner las nuestras. Pasé tanto tiempo viendo la pintura que terminé odiándola. Al cabo de tres horas arranque la pintura de mi pared y la destrocé. Después de este terrible evento me recluí, me dedique a hacer a la gente a mi alrededor feliz. Hacía todo lo que me pedían. Iba a la farmacia por medicinas, me sentaba por horas enfrente de mis amigos para escucharlos resolver el mundo.  No recibí ni una mira de lastima, ni una platica de cómo el amor duele. Ni una.

Hoy, un tres meses después te escribo.

Había pasado dos meses recorriendo países que no comprendía, observando pinturas y esculturas de gente que llevaba más de dos siglos muerta. Había probado la bebida alcohólica famosa de cada uno de estos países lo cual, la mayoría de las veces, me había llevado a conocer los cuerpos de esas culturas. Me perdí en hombres que al igual que yo, estaban buscando comprenderse a través de un cuerpo extraño. En fin, me había ya aventurado en las ciudades masivas de Europa. Me sentía invencible, sensual y dominante. El mismo día que me aventuraba a la capital Holandesa con toda la confianza que meses de viaje me habían dado, fue el mismo día que todo cambio.
Desde que te vi supe que tenía que acercarme. Te observe. Caminabas rápido de un lado de la sala a la otra. Sacaste un cigarrillo y saliste al balcón. Me levante lentamente de mi lugar y empecé a forjar mi propio cigarrillo. Una vez terminado tome mi cerveza con la mano libre y me dirigí sin llamar mucho la atención hacia la área de fumar. Después de tres o cuatro fumadas volteaste. 

Los siguientes cuatro días pasaron más rápido de lo que me hubiera gustado. Recorrimos Amsterdam como millones lo habían hecho antes, caminamos de la mano a lo largo de los canales, encontramos cafés ocultos en donde podríamos mirarnos a los ojos por horas y en las noches nos perdíamos en los famosos “coffeshops” como dos adolescentes rebeldes probando las drogas por primera vez. 
Me enamore profundamente de ti sin que tú lo supieras. Me enamore tan profundamente que las rodillas no me podían sostener. El día que te fuiste, en la estación de tren había más de cuarenta escalones por subir para volver a salir a la cuidad. Mis rodillas no pudieron subirlas, a la mitad me desplazaron hacia el piso sin preguntar, dejándome triada sin un gramo de energía. Me enamore tanto de ti que los hombres que siguieron fueron solo un objeto para hacerme sentir que todavía seguía viva. Estaba viva sin ti y tenia que acostumbrarme a estarlo.

Sin ti. Sigo intentando comprender lo que realmente significa. ¿Sin tu cuerpo, tus besos? O ¿sin tu recuerdo? Hasta ahora he podido sobrevivr sin tu cuerpo, pero estoy segura que no podría vivir sin tu recuerdo. Sin él me quedo coja, ciega. Piedra. Eres tan parte de mí como la sangre que recorre mis venas que sacarte de mi significa infectarme de un virus sin cura, es darme una sentencia de muerte. 

Y a morir todavía no estoy dispuesta.




Moreteado.

Verte.
Tenerte cerca
por unos minutos.
Hacer que esos duren para siempre
para después dejarte ir,
decirte que no eres lo que necesito,
que me cueste toda la fuerza que hay en mi.
Entender que no puedo arrepentirme,
que necesito tenerte fuera de mi vida 
porque haces mal.

Para el amor no hay tiempo.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Medianoche.

Tomabas mi mano con una fuerza
tierna para no dejarme ir,
para cuidarme.
 
Acariciabas mi cadera
con la suavidad de tus manos
gruesas y pesadas
para sostenerme.
 
Saboreaste mis labios
como si hubiera sido tu helado favorito
succionando cada movimiento
para comprenderme.

Me tocabas para sentirte vivo
tragando cada soplo de aire 
pensando que sería el último. 
 
Me mirabas para recordarme
desnuda delante tuyo
con los ojos asustados 
la boca pidiendo besos
y el ombligo susurros. 

Nos emborrachamos con lo negro
del cariño que sentíamos
perdiendo tonos cada arrebato.

martes, 12 de julio de 2016

Beso capitalino.

Pequeñas líneas rosadas
abrazadas por líneas opacas
recorren trece estaciones de metro
cambiando de lugar
arriba, abajo, abajo, arriba.
Sintiéndose sin parar.
Separadas por segundos, milímetros
hacen un pequeño círculo por donde
pasa el aire pesado del subterráneo
sólo para después cerrarlo por miedo a perderse.


sábado, 25 de junio de 2016

Insuficiente.

Salté para que me cacharas. Salté porque confiaba en ti. En cuanto mis pies dejaron de estar sobre la tierra empecé a repetir que eras él bueno, él de verdad, él que me tomaría sin una pequeña duda. Me repetí que serías todo lo que pensé que eras pero no me lo creía. 
Nunca me lo creí. 
Desde el momento que te conocí. Desde que nos empezaste a describir como efímeros. Nunca creí que serías lo que necesitaba, y cegada por tus besos, salté. No comprendo de dónde sucedido la atracción fatalista, esta atracción casi inmediata, pero sucedió y no puedo controlarla. No comprendo cuando fue que te empecé a querer, o cuando fue que me obligué a salir de eso tan silenciosamente bueno. 
No comprendo nada.
Por no comprenderte te obligué a inventar. A inventarme cosas que sabías que se quedarían en promesa, en sueño guajiro. Te obligué a que me quisieras. No puedes estar con nadie. Me lo repetías a diario. No puedes por miedo, dolor o cualquier otra fuerza que te lo prohiba. 
Por cobarde. 
Asusta lo que pensamos que es inalcanzable y asusta más cuando lo tenemos respirándolo en nuestras narices. Siento mucho que hayas tenido que despertar a un lado de tu peor pesadilla. Siento mucho que hayas tenido que tomarle de la mano al caminar. La vida es larga para volvernos a ver pero yo quiero verte ahora, sentado a un lado mío fumándote un cigarro. Quiero verte para decirte que te quiero y para preguntarte porque tú no me quieres a mi. 
Ahora. 
Te necesito ahora. Cuando los fantasmas del pasado llegan a tocar mi puerta, cuando los pájaros están a punto de irse por el largo invierno. 
Ahora.  
Será que todo el ahora que tú me puedes dar se queda en mensajes de aviso. 
Avisos de que estás bien sin mi.  
Todo lo que tú me pudiste dar fueron esos días de agotar nuestras plantas de los pies, 
esos días de dejar los labios como piedra pomes.

Podría dedicarte estas letras pero no quiero.
Si te las dedico te doy una parte de mi

y de mi ya no te pertenece nada.

domingo, 12 de junio de 2016

Adriático.

Hoy, tú, salado y salvaje
desatas mi vida.

Te dibujo en la espuma,
te siento en la brisa.
Me excita el sabor de la lluvia.
Me sumerjo en ella como submarino,
buscándote en cada gota.

Te imagino emergiendo de una
hacia mi, cubierto de ventosas
para succionarme completa,
ofreciéndome ostras como carnada.
¿Pero que no entiendes
que no necesito de convencerme?

Hoy, tú, hijo de ponto
me enamoras.

lunes, 16 de mayo de 2016

Septiembre

Una fumada de tu cigarro
fue todo lo que necesite
para enamorarme de ti.

Biatriz me decías.
El sol se dibujaba en mis cabellos,
el frío saltaba de tus manos.

Canadá en mis senos,
México en tus dedos,
Holanda en nuestros cuerpos.

Biatsiz.
Tus r's mal pronunciadas,
tus e's convertidas en i's,
me gritaban que me quedara.

Descansamos de tocarnos acariciándonos
recorrías tus dedos por mi boca
me perdía en la negrura de tus ojos.

Biatsiz,
me enchinabas la piel con cada letra
no podía más que entregarme
y cuando resistí, por puro juego erótico,
te fuiste.

Ahora, cuando te extraño,
repito mi nombre mal pronunciado
esperando que vuelas a mi.

Biatsiz, Biatsiz, Biatsiz...